Lo sabemos: los discursos de odio fomentan e instigan la humillación y el menosprecio contra las personas. Contra el prójimo. Tienen un efecto demoledor: potencian el acoso, el descrédito, la difusión de estereotipos negativos y la estigmatización. En ese sentido, poseen un efecto castrante, pues amedrentan y hasta aterrorizan a quienes se convierten en víctimas de esas diatribas que gritan desprecio por etnia, color, ascendencia, origen, edad, discapacidad, género, identidad de género, orientación sexual y hasta por condiciones propias del cuerpo. Enfrentar los discursos de odio es algo muy complejo. De hecho, hay quienes alegan que deben enmarcarse en la protección del derecho humano a la libertad de expresión y entonces no pueden ser “censurados” y, ni siquiera, regulados. Pero lo cierto es que muchos discursos de odio constituyen delito precisamente porque incitan a la violencia, la intimidación, la hostilidad y la discriminación. Aún peor. Para Ariel Glenblung, especialista en la materia, esos discursos potenciados en los ecosistemas digitales, contaminan la convivencia social y deterioran el sistema democrático, dada su enorme fuerza destructiva, sustentada, muchas veces, en mentiras y desinformación. Para comprender los efectos de estos discursos de odio conversamos precisamente con Ariel Gelblung, director del Centro Simón Wiesenthal para América Latina. Martes a las 8 a.m. por la 98.7 FM de Radio Columbia.
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