Ya Júpiter había dejado la engañosa apariencia del toro y se había mostrado en lo que era y ocupaba los campos de Creta, cuando el padre de Europa ordena a Cadmo que le busque a su hija, y lo amenaza con desterrarlo en caso de que no la encuentre, siendo, al hacer tal amenaza, piadoso e impío a la vez. Supuesto que nadie tiene la facultad de sorprender los adulterios del sumo dios, Cadmo recorre en vano el mundo, y por huir la cólera de Agenor, sale de su patria, y se decide a suplicar a Febo que, por medio de sus oráculos, le señale la tierra que debe habitar (1-9). Febo le indica que cuando encuentre en campos solitarios una res que no haya llevado nunca el arado, la siga en su camino y fund
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