Dios nos llama a ser sal y luz en el mundo. La sal da sabor a la vida y el amor de Dios devuelve esperanza a quienes la han perdido. La luz disipa la oscuridad y trae dirección, claridad y verdad. No podemos quedarnos callados, somos la expresión del amor y la verdad de Dios. No se trata de títulos o conocimiento teológico, sino de ser hijos de Dios que reflejan su gloria en todo lo que hacen.