¿Has conocido personas que sienten la necesidad de incluir una grosería en cada frase? Hablar de forma corrompida no proviene de lo alto. La boca y el corazón están conectados; como dice la Escritura: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Las palabras corruptas son como una fruta podrida (Mateo 7:17-18), sin valor y dañinas. No siempre son groserías, pero a veces negamos a Cristo con nuestras palabras, como Pedro cuando dijo: “No conozco a ese hombre” (Mateo 26:74). Otras veces, nuestras viejas actitudes resurgen y permitimos que de nuestra boca salgan palabras deshonestas. Al venir a Cristo, nuestra manera de hablar debe cambiar. La boca del pecador puede estar llena de amargura, pero cuando alguien confía en Cristo, sus labios se abren para confesar que Jesús es el Señor y glorificar a Dios. Jesús transforma el corazón y, al hacerlo, transforma también nuestra forma de hablar. La clave está en llenar el corazón de bendición, conocer la Palabra de Dios y profesarla con poder. El apóstol Pablo nos aconseja sazonar nuestras palabras con la gracia de Dios. Así, nuestras palabras reflejarán el cambio que Él ha hecho en nosotros. La Biblia dice en Colosenses 4:6, “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”(RV1960).
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